Cómo hacerse cartujo

La Cartuja, a pesar de sus 900 años, es una opción actual, ilusionante. Como entonces, su ideal es sencillo: Dios. Amar a Dios sobre todas las cosas, como Él nos a amado. Por Él, la cartuja, planta cara al consumismo, a la superficialidad, al egoísmo, al culto por el poder y el dinero, al hedonismo y a tantas cosas que no funcionan bien en el mundo, y lo hace, sin fustraciones, sin resentimiento, sin ningún reproche, siendo -por los dones que Dios la ha concedido- testimonio de fe, de amor, de fraternidad y libertad. De amor a Dios, y por él a todos los hombres, en acción fraterna y solidaria, y de libertad, pues sólo desde la libertad se puede amar.

La Cartuja mantiene, hoy día, los mismos ideales de San Bruno. En sus Estatutos renovados, como consecuencia del Concilio Vaticano II, se han eliminado prácticas obsoletas, que no afectaban al fondo de la manera de ser y hacer cartujanas, y se han acomodado otras a las necesidades de nuestro tiempo que permiten, a sus monjes y monjas, un desarrollo efectivo de su vocación contemplativa.

El que ha sentido la llamada de Dios de consagrar su vida a la oración y a la búsqueda de Dios en el amor; el que siente la vocación contemplativa, debe tener un sincero deseo de darse totalmente a Dios; deseo que debe ir acompañado del atractivo por la soledad y el silencio ya que es, en este medio, donde mejor se desarrollará su vocación como monje.

En la cartuja, la vida de ermitaño se vive en comunidad, por esta razón es necesaria, también, una buena sociabilidad del monje que permita un trato familiar y afable con el resto de la comunidad y, junto a la madurez afectiva capaz de prepararse para un compromiso de por vida, es prioritario un temperamento equilibrado y juicioso. Voluntad firme y dócil y salud suficiente completan los requisitos esenciales para desarrollar plenamente la vocación contemplativa en la cartuja.

La vocación, invitación de Dios a una entrega por amor, se manifiesta por la inclinación personal y por las condiciones requeridas. Cuando más pura, honda y elevada sea la motivación, mayor garantía habrá de responder con éxito a esta predilección divina.

 Información. Etapas de formación

Tratándose de una presunta vocación a la Cartuja, dado el poco conocimiento que existe, hoy día, acerca de la vida contemplativa en general y en concreto de la Orden de la Cartuja, se impone, en primer lugar, un buen conocimiento de la misma, una madura reflexión y un examen objetivo de la vocación.

El prior, de cualquiera de los monasterios cartujanos, podrá ayudar a la persona que lo solicite, a resolver esas cuestiones y, para un examen más objetivo de la vocación, la Orden invita a hacer uno o varios retiros de prueba en el monasterio, con la finalidad de conocer el género de vida cartujano (prepostulantado). Fuera de estos casos, no se aceptan personas que quieran hacer retiros en la cartuja.

La primera etapa de formación es el postulantado. Dura de tres meses a un año. El candidato, que usa ropa y efectos personales, vive en una celda y practica los ejercicios regulares, bajo la dirección del Maestro de Novicios. Experimenta así la vida que desea abrazar y sus propias decisiones personales.

Si se confirma en su vocación y el voto de la Comunidad es favorable, pasa a la siguiente etapa: el noviciado. El novicio, vestido con el habito cartujo, vive enteramente la regla monástica. En el segundo año comienza a cursar los estudios de Teología, Espiritualidad, Escritura y Liturgia, propios de su vocación monástica personal, que durarán toda su etapa de formación.

Terminados los dos años de noviciado, si el voto común es positivo, pronuncia la Profesión temporal por tres años. Concluido el trienio, se renuevan por otros dos años, antes de su definitiva entrega. Con el voto de la Comunidad favorable, hace al fin la Profesión solemne que lo incorpora perpetuamente a la Casa y a la Orden, al comprometerse definitivamente ante Dios y ante su Iglesia.