Historia del monasterio

El año 1194 sitúa la llegada de la Orden Cartujana a la Península Ibérica cuando el rey Alfonso I hace un llamamiento a los monjes cartujos para que se instalen en sus territorios del sudoeste de Cataluña que hacía poco habían sido reconquistados a los musulmanes.

La intención del rey era que colonizaran y recristianizaran aquellas tierras y así lo hicieron los monjes fundando la cartuja de Santa María de Scala Dei, en la vertiente meridional del Montsant (Priorato), donde ya consta que había una colonia de ermitaños. La llegada de los monjes y la construcción de la cartuja significó para Cataluña la introducción de nuevas técnicas agrícolas y ganaderas, de un espíritu cristiano renovado y ejemplificador y de un importante acervo cultural.

Hijas de aquel monasterio fueron, entre otras, la cartuja de San Pol de Maresme, fundada el 17 de enero de 1270, y la de San Jaime de Vallparadís de Terrassa (3 de febrero de 1345). La primera se instaló en una antigua abadía benedictina y la segunda aprovechó las dependencias de un antiguo castillo. Tanto la una como la otra carecían de las condiciones y del espacio necesarios para desarrollar su ideal de vida religiosa por lo que decidieron unirse y edificar una nueva cartuja.

Una Bula del Papa Benedicto XIII, de 24 de septiembre de 1415, sanciona la unión de estas dos cartujas dando lugar al nacimiento de la cartuja de Santa María de Montalegre.

Los monjes de la cartuja de Vallparadís se instalaron aquel mismo año, de manera provisional, en los edificios del antiguo priorato de monjas agustinas de Montalegre que previamente habían comprado. Estos edificios, situados en la actual Conrería, se hallaban en desuso desde 1362.

El año 1433 una bula de Eugenio IV vino a confirmar la anterior. Los 3 cartujos de San Pol que aún residían en el antiguo monasterio se trasladaron a Montalegre, constituyéndose de manera plena una unica comunidad de la que fué prior Domingo Bonafé. Es a partir de entonces cuando se inicia la construcción de la nueva cartuja.

La cartuja tuvo su máximo esplendor, espiritual y cultural, durante los siglos XVII y XVIII. Durante los años de las guerras napoleónicas y desde 1820 a 1824 la comunidad se vió obligada a abandonar provisionalmente el monasterio para hacerlo definitivamente en 1835 como consecuencia de la desamortización. La cartuja será saqueada e incendiada en parte.

En 1867 la Grande Chartreuse recuperó para la Orden el monasterio comprando de nuevo sus edificios y una parte importante de los antiguos terrenos que la rodean. En 1901, después de una importante y larga restauración, iniciada en 1870, se instala una nueva comunidad de una veintena de monjes procedentes de Francia, al haber sido suprimida la Orden en aquel país.

Una vez pasado el drama de la guerra civil de 1936-39 la cartuja resurgió de nuevo, adquiriendo un cariz netamente catalán y continuando con su labor ininterrumpida de ser un importante foco de espiritualidad y de cultura dentro de Cataluña. En la actualidad es la única cartuja existente en el Principado.