La comunidad cartujana de Montalegre

La comunidad de Santa María de Montalegre la formamos monjes contemplativos de la Orden de la Cartuja, fundada por San Bruno en 1084.

Somos ermitaños, que vivimos en comunidad, buscando lo único que creemos necesario: Dios. Nuestro fin principal es glorificar a Dios, amarlo y darle gracias. A ello consagramos enteramente nuestra vida. Queremos vivir en Dios y para Dios.

Somos hombres libres, sencillos, originariamente de diversa clase social, procedencia y cultura, que, por la gracia del Espíritu, hemos acudido a la llamada de Dios y optado por la radicalidad del Evangelio.

Como los primeros Padres del Desierto, como nuestro Padre san Bruno, llevamos una vida apartada del mundo, sencilla, anónima y austera, dedicada a la búsqueda de la perfección en Cristo, de la pureza del corazón, que nos permita unirnos a Dios en la contemplación. Al igual que Jesús nos retiramos para orar en silencio y encontrarnos con el Padre por la gracia de su Santo Espíritu.

La cartuja, cual desierto, nos ofrece y facilita el ambiente retirado, de soledad y silencio que favorece el ascetismo, la meditación y, como consecuencia, la contemplación, es decir el encuentro amoroso con Dios y con su obra. El fruto de este estar con Dios, por la acción del Espíritu Santo, se traduce en una serena paz y un intenso amor. Amor fraterno y caridad solidaria para con toda la humanidad y en especial con los más necesitados, con los que sufren más.

Nos alejamos del mundo, del interés por las cosas materiales, del poder y las vanidades porque sentimos que Dios es lo único necesario, lo único importante y, en consecuencia, porque queremos amar a Dios lo más intensamente posible y a través de Él a toda la humanidad. Nos hacemos solitarios porque queremos ser solidarios. Por ello nuestra vida, se hace también penitencia que ofrecemos gozosa, gratuita, solidaria y permanentemente a Dios por la salvación del mundo y la santidad de la Iglesia. Queremos cumplir así con la misión que nos ha encargado la Iglesia, o sea que, en nombre de todos, seamos un alma en continua oración.

La unión con Dios, por el amor que Él nos concede en la contemplación, cuando estamos en la soledad de nuestras celdas, o mediante los sacramentos y la plegaria comunitaria, hace que nuestras vidas se conviertan también en un canto de alabanza y de acción de gracias por la infinita misericordia de Dios y que, con el tiempo, alcancemos el sosiego o reposo espiritual mediante el cual nuestro estilo de vida se hace simple, discreto, equilibrado y sobre todo lleno de libertad, de paz, de serena alegría y gozo en Cristo.

Aunque la oración es nuestra principal ocupación, también realizamos pequeños trabajos manuales o intelectuales. 

Humildemente, al igual que a los monjes que nos precedieron, nos gustaría que nuestra comunidad continúe siendo, en Cataluña, testimonio vivo de fe, de caridad y de ayuda espiritual para todo el que lo necesite.