Vida de San Bruno

San Bruno nació en Colonia (Renania) el año 1030. Dotado de gran inteligencia, fue nombrado, en edad temprana todavía, canónigo de la colegiata de San Cuniberto y enviado a profundizar sus estudios a la catedral de Reims (Champaña. Su integración y adaptación al nuevo ambiente le valió el apodo de Bruno el francés.

Los acontecimientos de Reims fueron marcando su destino futuro. La celebración en la ciudad de un concilio provincial, el año 1049, presidido por el papa León IX, en el cual fue nuevamente condenada la simonía y promovida la reforma de la Iglesia en la línea de la futura reforma gregoriana, causó un profundo impacto en Bruno, que dedicó todo su celo y sus esfuerzos a aplicarla.

Nombrado rector de la escuela catedralicia el año 1055, ejerció la docencia durante unos veinte años. Entre sus discípulos se encontraba Odón de Lagny, el futuro papa Urbano II. El año 1074 el arzobispo Manasés de Gournay, que había obtenido la sede episcopal de una manera simoníaca, por alejarlo de la docencia, lo nombró canciller de la archidiócesis de Reims. Pero las relaciones con Bruno y otros clérigos reformadores se fueron deteriorando hasta el punto que, en el año 1076, una comisión presidida por Bruno y por el decano del capítulo recurrieron al nuncio del papa Gregorio VII contra el obispo simoníaco. Como represalia, Bruno fue destituido del cargo de canciller por el obispo, le fueron confiscados los bienes y hubo de exiliarse y refugiarse en casa de un amigo. En este momento Bruno y sus compañeros deciden abandonar el mundo y tomar el hábito monástico.

Tras varias tentativas, finalmente el año 1080 Gregorio VII destituyó el obispo simoníaco. Bruno volvió a Reims dónde fue recibido como el candidato indiscutible para ocupar la sede archiepiscopal, pero al cabo de poco tiempo, cumplidos cincuenta años, lo abandonó todo y, renunciando a esa mitra se retiró con dos amigos a Fontsèche, cerca del monasterio de Molesmes, para ponerse bajo la dirección del abad Roberto. La línea decididamente cenobítica del fundador del Císter no satisfacía suficientemente la necesidad de soledad de Bruno. Por esa razón al cabo de tres años, con seis compañeros se fue al macizo de Chartreuse (situado entre 1200 y 2000 metros de altitud, y cubierto de nieve de noviembre a abril), a un bosque rodeado de cumbres alpinas, cerca de Grenoble, que le había cedido su antiguo alumno Hugo, obispo de la diócesis. Tras construir siete cabañas, al estilo de las de los leñadores y pastores de la zona, iniciaron la vida eremítica el día de San Juan, 24 de junio, del 1084. Con una estructura muy parecida a la de las lauras orientales, un largo porche relacionaba las cabañas entre ellas y conducía a la iglesia central. En ella se reunían tres veces al día: para la vigilia nocturna, para la misa y para las vísperas; el resto de la jornada, solos y en silencio, cada uno se dedicaba a la vida eremítica en su celda, en ella meditaban, rezaban, trabajaban en la copia de manuscritos, comían o ayunaban. Esta soledad sólo era interrumpida el domingo, cuando se reunían después de nona para hablar, y el lunes por la tarde, para pasear por las sendas y senderos de aquellas espléndidas y luminosas montañas. Así empezaba, sin ninguna regla ni connotación jurídica, un estilo de vida que ha durado siglos: una vida eremítica en compañía, que ha garantizado la continuidad. Posteriormente, el año 1128, una vez consolidada la experiencia, el obispo Hugo de Grenoble y algunas comunidades monásticas vecinas que seguían espíritu cartujano pedirán a Guigo, quinto prior de Chartreuse, que redacte las Costumbres de aquella comunidad con la finalidad de ir configurando a todas en el mismo estilo de vida.

Pasados seis años de soledad compartida, a finales de 1089, el papa Urbano II, ex alumno suyo en Reims, lo llamó a Roma como consejero. En un acto de obediencia heroica, Bruno abandonó el desierto. Eco lejano de esta dolorosa prueba son sus cartas escritas poco antes de su muerte. Se conservaban diez mas un incendio dejó solo dos.

Al cabo de poco tiempo, y por tres años, el papa y la curia debieron abandonar Roma debido a la invasión de las tropas imperiales unidas a las del antipapa Clemente III. Bruno siguió al papa en su exilio en el sur de Italia, bajo protección normanda. Pero, cada vez más inadaptado y afligido, en un ambiente y unas circunstancias tan contrarias a sus aspiraciones, rechazó el cargo de obispo de Reggio de Calabria, que le ofrecía Urbano II, del que obtuvo permiso para volver a la vida eremítica. El papa, no obstante, lo orientó a hacer una fundación en la misma Calabria, dónde había varios monasterios griegos. Con espíritu de fe y de abandono en manos de Dios, Bruno renunció a volver a Chartreuse y, el año 1091 fundó la nueva cartuja de Santa María de la Torre, en Serra San Bruno, diócesis de Catanzaro-Squillace. Allí moría, un domingo, 6 de octubre de 1101