Espiritualidad y carisma cartujano

«Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» (Mat 5, 8)

La Cartuja, que entronca sus raíces en la tradición eremítica de los Padres del Desierto y que se nutre de las mas altas cotas de ascética y mística cristiana, no ha establecido, a diferencia de otras ordenes monásticas, un método uniforme, a seguir por sus monjes, para la consecución de sus fines espirituales. No podemos hablar por tanto, de una espiritualidad específicamente cartujana.

El cartujo tiene como fin principal la contemplación. Es decir vivir la plenitud del amor de Dios. Vivir tan continuamente como sea posible a la luz del amor de Dios hacia nosotros, manifestado en Cristo, por el Espíritu Santo. Vivir de Dios, en Dios y para Dios.
Cualquier otra finalidad secundaria esta excluida.

Para poder conseguirlo nuestro corazón no tiene otra vía mas que la de hacerse y ser limpio, puro; lleno de amor, de caridad…
Es un camino largo y duro, pero que se torna suave y hermoso por la gracia del Espíritu y nos conduce a la Plenitud.
En este caminar, que nos transporta a la unión personal e íntima con Dios, el cartujo tiene libertad plena, con la guía espiritual de sus superiores, para seguir el camino que crea mas directo y que mejor se adapta a su propio carácter. En la soledad y silencio de nuestros eremitorios, seguimos los pasos de San Bruno, buscamos lo único necesario: Dios.

«Dios es Amor, el que vive en el amor esta en Dios y Dios está en el.» (1 Jo 4,16)

«Vivo, pero ya no soy yo quien vive,
es Cristo quien vive en mi»
 (Ga 2, 20)

Como resultado de este sumergirse en el amor de Dios que es la contemplación, el cartujo se reviste y se transfigura en Jesucristo y a través de su Humanidad, de su Corazón, vive en la profunda intimidad de la familia de Dios – que es el Amor mas grande-. Se logra así el reposo contemplativo, la «quies» cartujana, que aporta al monje: libertad, paz, alegría.

Pero para llegar a ese reposo contemplativo, a esa serenidad de espíritu, que nos conduce a la unión con Dios, es necesario orientar nuestra vida, encaminar nuestros pasos a ese fin. Para ello, los cartujos, nos valemos, al igual que otros monjes contemplativos, de la pobreza, la castidad, la obediencia, la accesis, la humildad, la oración , la escucha de la Palabra, el trabajo…; todo ello lo realizamos dentro de un estilo propio de vida que nos hace ser ermitaños viviendo en comunidad y tener como valores muy queridos, y específicos de la Orden, a la soledad y el silencio,

«Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo; y ésta
habla siempre en silencio, y en silencio ha
de ser oída del alma»
. San Juan de la Cruz (Puntos de amor, 21)

El cartujo tiene a Jesucristo como su centro y su guía«En Jesucristo tenemos todo lo que somos,… Dios ha hecho de Él nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santidad y nuestra redención» IC 1,30). Como Jesús, el monje se retira a la soledad del desierto a orar en silencio, de noche, para encontrarse con el Padre.

El empeño y el propósito nuestros son principalmente vacar al silencio y la soledad de la celda. Esta es pues, la tierra santa y el lugar donde el Señor y su siervo conversan a menudo como entre amigos; donde el alma fiel se une frecuentemente a la Palabra de Dios y la esposa vive en compañía del Esposo; donde se unen lo terreno y lo celestial, lo humano y lo divino. (Estatutos 4,1)

La soledad es el medio más excelente para llegar a la más íntima unión con Dios y, a través de Él, con todos los hombres. Por eso el cartujo escoge la soledad. El cartujo no se evade del mundo, al retirarse de él, se hace solitario porque quiere ser solidario, porque quiere glorificar a Dios de la mejor manera posible: teniéndole en el corazón. Quiere ante todo adorarle, alabarle, contemplarle, darle gracias, dejarse seducir por Él, entregarse a Él en nombre de todos los hombres; cumplir en una palabra, la misión que le ha encargado la Iglesia: ser un alma en continua oración rezando en nombre de toda la humanidad. Su vida se hace ofrenda gratuita, solidaria y permanente a Dios por la salvación del mundo y la santificación de la Iglesia.

«Separados de todos, nos unimos a todos para, en nombre de todos, permanecer en la presencia del Dios vivo.» (Estatutos 34,2)

La clausura de la cartuja, la disposición física de sus edificios y en concreto de las celdas en donde habitamos nos facilitan el espacio, la soledad y silencio necesarios para la oración pura, para la contemplación.

«Tu, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
(Mt 6,6)

Fruto de la contemplación, de la Gracia, la vida cartujana, de austeridad y pobreza, adquiere una manera de ser (carisma), unas características propias que ya fueron señaladas por Guigo I (1083-1136) en sus «Meditaciones». Son principalmente:

 La simplicidad.

Todo en la cartuja gira en torno a lo único necesario: Dios. El espíritu de simplicidad cartujano puede entenderse como el sentido de unidad y de ausencia de complicación en un alma enteramente dedicada a Dios. Todo estriba en reducirlo todo al que es Uno, que es Dios.

 Amor a la naturaleza.

«Dios vió todo cuanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien…»(Gen 1,31)

«Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento»
(Ps 18,2)

Por el contacto directo con la obra de Dios, el monje experimenta la alegría cósmica de todas las criaturas que contempla: arboles, plantas, flores, pájaros, montañas, insectos, el agua de los torrentes, los bosques que rodean la cartuja, el firmamento, … Naturaleza toda, reflejo de la belleza de Dios y de sus perfecciones…Todo invita a dar gracias a Dios al contemplarla.

 Admiración por la Belleza.

«Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yendolos mirando, con su sola figura,
vestidos los dejó de su hermosura» 
San Juan de la Cruz (canción 5)

Extasiado al contemplar, la gracia i la alegría de la creación al cartujo le sale espontáneamente un himno de alabanza al Creador . Por ello, en las primeras horas del día, en las horas litúrgicas, en el coro de la iglesia, en la celda, en cualquier momento, orando, cantando, salmodiando…el monje glorifica y da gracias a Dios por la magnificencia de su obra, así como por el amor de predilección que Dios ha tenido para con el, ya que le hace ser alabanza de su gloria.


 Fraternidad.

Los monjes viven en soledad, separados del mundo pero en solidaridad con toda la humanidad y vinculados con lazos de cordial fraternidad con el resto de la comunidad.


 Revisión de uno mismo i exigencia de superación.

«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» Mt 5,48

«Brille así vuestra luz delante de la gente,
entonces, al ver vuestras buenas obras, glorificaran al Padre que está en el cielo»

(Mat 5,16)

El monje busca siempre la perfección, mira como puede mejorar y que mas puede hacer. Buena parte de sus pensamientos tienden a interrogarse, a interpelarse; solo después de haber reflexionado, puede exigir a los demás y siempre, revestido de misericordia, no juzgando nunca, sino perdonando siempre.

 Búsqueda de la pureza para ver a Dios

«el amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener grande desnudez y padecer por el Amado» San Juan de la Cruz

La vida anónima, austera y pobre en el desierto, permite al monje ofrecer a Dios la alegre penitencia i conseguir la conversión al amor misericordioso y entrañable del Padre.

 Nostalgia de Dios.

«Con toda mi alma te anhelo en la noche,
y con todo mi espíritu por la mañana te busco»
 (Is 26,9)

Es la actitud más típica del monje. Los cartujos se sienten exiliados en Dios, y están siempre en actitud vigilante a la espera del encuentro de aquel que los ha llamado al desierto para hablarlos en el corazón. Su vida transcurre en un dialogo de amor en la intimidad, escondidos con Cristo en Dios.

 Cristo en el centro del plan de Dios.

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí», (Jo 14,6).

«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él.» (Jo 14,23)

El Verbo se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser Dios. Todo se resume en este plan admirable de Dios sobre el mundo y los hombres. Dios no condena nunca sino que salva por su Hijo.

 Paz y alegría.

«Tened la alegría que yo tengo, Una alegría bien plena,,,» (Jo 15,11)

«nadie os podrá quitar vuestra alegria,» (Jo 16,22) perqué brolla de «la comunió que tenim amb el Pare i amb el seu fill Jesucrist» (Jo 15,11)

Son los frutos de la presencia del Espíritu en el corazón, frutos que el cartujo quiere compartir con todos. Constituyen la actitud monástica mas característica, que se experimenta en la soledad, donde el monje se siente estimado por Dios y por los hermanos que forman una misma familia. Son el fruto de la reconciliación con el Padre y con los hermanos.

Oh Bonitas! ¡Oh Bondad! Era la expresión de alegría de san Bruno por la infinita misericordia de Dios.

En la Cartuja, los monjes, no nos consideramos ni héroes ni santos por nuestra vida, por nuestros méritos, somos conscientes de la gracia que Dios nos ha dado señalándonos nuestra vocación, el camino del desierto …«No sois vosotros los que me escogisteis. Soy yo el que os he escogido» (Jo 15,16) y, de que el Padre, «nos ha elegido en Cristo … antes de crear el mundo,… para que fuésemos santos, irreprensibles a sus ojos. Por amor nos destinó a ser hijos suyos por Jesucristo…» (Ef 1,3-6)..

Ante tanta gracia, ante tanta caridad, ante tanto amor, a pesar de nuestras faltas y debilidades, los cartujos no podemos hacer otra cosa sino adorar, glorificar, dar gracias a Dios y pedirle que la humanidad entera abra su corazón a su amor para que pueda gozar de Él.

Y, al leer a San Pablo, «¿No sabéis que sois un templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? …(Ic 3,16) «¿No sabéis que vuestros cuerpos son el santuario del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios y que reside en vosotros? …Glorificad a Dios en vuestro cuerpo» (Ic 6 19-20) ¿cómo no temblar de alegría?

¿Cómo no amar a nuestros semejantes, templos vivos, como nosotros, del Espíritu Santo, y desear para ellos lo mejor?

Y, ante la promesa de Jesús…«Al que me ama, mi Padre le amará, e iremos a él y habitaremos en él». (Jo 14,23) ¿cómo no amarle y sentir en nosotros su promesa?

Ante su infinito amor por nosotros, ¿Cómo no olvidarnos de nuestras necesidades terrenales y no desear mas que a Dios?

«Como busca la cierva corrientes de agua viva,
así mi alma te busca a ti,
Dios mio.
Mi alma tiene sed de Dios,
De Dios que és mi vida
 (Ps 41,1-2)

¿Cómo no, como un niño ante un Padre que nos ama, no clamar «Abba, Papá … Padre ! y confiarnos y abandonarnos enterament en Él, por el Hijo, con el amor del Espíritu Santo?

¿Cómo, anonadados ante su grandeza, ante la maravilla de su creación, no exclamar, sin cesar?

Santo, Santo, Santo,…

Te alabamos – te bendecimos,
Te adoramos – te glorificamos,
Te damos gracias, por tu inmensa gloria

Y, ante su divina misericordia, maravillados y llenos de alegría, como nuestro padre San Bruno, ¿Cómo, en silencio, en nuestro corazón, no decir una y mil veces,?

¡Oh Bondad ! , ¡Oh, Bondad !, ….