La cartuja, la formamos una serie de personas que hemos atendido a una misma llamada de Dios.
Reunidos en nombre de Cristo, formamos una familia sostenida y vivificada por la fuerza del Espíritu. Esta fuerza nos une con lazos que estrechan a los miembros entre sí, en un ambiente familiar que nos permite, a cada uno, comulgar en la vida de Cristo.
Cada miembro de esta unidad familiar desempeña su función al servicio de todos.
La Orden de San Bruno, «desde sus orígenes, como un cuerpo cuyos miembros no tienen todos la misma función, comprende Padres y Hermanos. Tanto unos como otros son monjes, y participan de la misma vocación, aunque de manera diversa. Gracias a esta diversidad, la familia cartujana puede cumplir mas perfectamente su misión en la Iglesia. Los monjes del claustro (Padres) viven en el retiro de sus celdas y son sacerdotes o llamados a serlo. Los monjes laicos (Hermanos) consagran su vida al servicio del Señor no sólo por la soledad, sino también por una mayor dedicación al trabajo manual. A los primeros hermanos, llamados conversos, se les han unido en el correr de los tiempos otra clase de hermanos, que, sin hacer votos, se ofrecen por amor de Cristo a la Orden mediante un contrato recíproco. Puesto que llevan vida monástica, los llamamos también monjes». (Estatutos, 11, 1)
En la cartuja, los monjes del claustro, viven una soledad mas estricta y únicamente salen de la celda en las ocasiones previstas por la Regla. Normalmente tres veces al día para la liturgia y, los festivos, para las actividades comunes. En la celda, el monje destina su tiempo principalmente a la plegaria, al estudio teológico o espiritual y al trabajo manual. Las ocupaciones espirituales e intelectuales se entrelazan armónicamente con el trabajo permitiendo al monje un sano equilibrio físico y síquico.
«Los hermanos, imitando la vida escondida de Jesús de Nazaret, mientras realizan los trabajos diarios de la Casa, alaban al Señor en sus obras, consagrando el mundo a la gloria del Creador y ordenando las ocupaciones naturales al servicio de la vida contemplativa, mas en las horas consagradas a la oración solitaria, y cuando asisten a los Oficios, se dedican a Dios por entero». (Estatutos, 11,3)
Los hermanos, tienen el mismo ideal contemplativo que los padres, pero vivido de forma diferente. Viven su vocación contemplativa en el trabajo, convirtiéndolo en oración y contemplación. Por su trabajo fuera de la celda aseguran los diferentes servicios de la comunidad. En su celda, tienen también vida solitaria, no tanta como los padres, y procuran en la oración y en el trabajo, encontrar a Dios.
Estos dos tipos de vida, mas contemplativo el de los padres y mas activo, el de los hermanos, se complementan y forman una única Cartuja. Todos en ella participamos de una misma vocación, somos uno en Cristo, tenemos una misma finalidad, gozamos de los mismos beneficios y derechos y estamos sujetos a las mismas obligaciones, excepto las que dimanan del sacerdocio ministerial.
La Orden de la Cartuja cuenta también, casi desde sus orígenes, con una rama femenina que está íntimamente ligada a la masculina de la que recibe apoyo y ayuda espiritual y material.
Su finalidad, espíritu y medios empleados para conseguirlos son los mismos en ambas ramas.
Al igual que los monjes, realizan su vocación bajo dos modalidades: monjas de coro y hermanas (profesas y donadas).
Para mayor información sobre las monjas cartujas, pueden dirigirse a la Cartuja de Santa María de Benifassà. (dirección en el apartado «casas de la Orden»).