San Bruno. Carta a los hermanos

CARTA A LOS HERMANOS DE LA CARTUJA

Fray Bruno, a sus hermanos predilectos en Cristo: saludos en el Señor.
Por la detallada y consoladora relación de nuestro buen hermano Landuino, tengo noticia del inflexible rigor con que seguís una observancia razonable y verdaderamente digna de encomio. Me ha hablado de vuestro santo amor e infatigable celo por cuanto se refiere a la pureza de corazón y a la virtud. Por todo ello se alegra mi espíritu en el Señor. Sí, me alegro en verdad y me siento motivado a alabar y a dar gracias al Señor; y sin embargo, suspiro amargamente. Me alegro, como es justo, al ver incrementarse los frutos de vuestras virtudes; pero me duelo y avergüenzo de permanecer estancado y negligente en la miseria de mis pecados.

Alegraos, pues, mis carísimos hermanos, por vuestra feliz suerte y por las abundantes gracias que la mano del Señor ha derramado sobre vosotros. Alegraos de haber escapado de los muchos peligros y naufragios del tempestuoso mar del siglo. Alegraos de haber alcanzado el reposo tranquilo y seguro del más resguardado puerto. ¡Cuántos lo han deseado, cuántos han luchado por ello y, sin embargo, no lo han conseguido! Otros muchos, después de haberlo alcanzado, son excluidos de él, porque a ninguno de ellos se le había concedido esta gracia de lo alto.

Tened por cierto, hermanos míos, que todo el que llega a perder, por la causa que sea, este ansiado bien después de haberlo gustado, lo lamenta luego toda la vida, si tiene algún interés o preocupación por la salvación de su alma.

De vosotros, mis carísimos hermanos laicos, digo que mi alma glorifica al Señor al ver las grandezas de su misericordia sobre vosotros, según el informe de vuestro Prior y padre amantísimo, que se siente lleno de gozo y santo orgullo por vosotros. También yo me alegro, pues, aunque no seáis letrados, el Dios todopoderoso graba con su dedo en vuestros corazones, no sólo el amor sino también el conocimiento de su santa ley. Con vuestras obras, en efecto, demostráis lo que amáis y conocéis. Porque practicáis con todo cuidado y celo posibles la verdadera obediencia, que es el cumplimiento de la voluntad de Dios y la clave y el sello de toda observancia espiritual. Obediencia que no existe nunca sin mucha humildad y gran paciencia, y que siempre va acompañada del casto amor de Dios y de la verdadera caridad. Lo cual pone de manifiesto que recogéis sabiamente el fruto suavísimo y vital de las divinas Escrituras.

Permaneced, pues, hermanos míos, en el estado que habéis alcanzado, y evitad como la peste esa pandilla malsana de vanidosos legos que difunden sus escritos supersticiosos, musitando lo que ni entienden ni aman, y contradiciéndolo con sus palabras y obras. Ociosos y giróvagos, murmuran de los buenos religiosos y se tienen por dignos de alabanza si infaman a quienes la merecen; toda regla u obediencia les resulta odiosa.

Quise retener conmigo a fray Landuino, por sus muchas y graves enfermedades. Pero él, como estando sin vosotros nada encuentra sano, alegre, confortante ni provechoso, no ha consentido. Con muchas lágrimas y suspiros me ha demostrado en cuánta estima os tiene y con qué entrañas de perfecta caridad os ama a todos. Así que no quise presionarle en modo alguno, por temor de lastimarle a él o a vosotros, tan estimados por mí por el mérito de vuestras virtudes. Por esto, hermano míos, os pongo de aviso y os ruego humilde y encarecidamente que la caridad que lleváis en vuestros corazones se manifieste en obra con vuestro Prior y padre amadísimo, suministrándole con atención y delicadeza cuanto necesite su quebradiza salud. Es posible que rechace vuestras atenciones y cuidados, prefiriendo poner en peligro su salud y aun su vida antes que omitir un punto de la penitencia corporal, pero esto evidentemente no puede permitirse. Quizá lo haga por rubor de verse en esto el último quien es el primero de la comunidad, temiendo que alguno de vosotros tome de ahí ocasión para hacerse más tibio o remiso, temor que juzgo totalmente infundado. Y para que no os veáis impedidos de prestarle este favor, os permito que hagáis, sólo en esto, mis veces y podáis obligarle respetuosamente a tomar cuanto hayáis preparado para mejora de su salud.

En cuanto a mí, hermanos, sabed que mi único deseo después de Dios es el ir a veros. Y en cuento pueda lo haré, con la ayuda del Señor.

A Dios